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lunes, 5 de septiembre de 2016

Sufragio pasivo universal ¿un derecho personal o una rémora social?

Desde que tuvieron lugar las revoluciones políticas liberales del siglo XIX y, sobre todo, desde el constitucionalismo europeo del siglo XX, se ha extendido por todas las democracias occidentales, el derecho al sufragio pasivo universal, de tal modo que, cualquier persona mayor de edad, y que no haya sido condenada por determinados delitos o incapacitada legalmente, podrá ser candidato en unas elecciones de carácter político.

De este modo, cualquiera puede llegar a ser Concejal, Alcalde, Presidente de Comunidad Autónoma, Consejero, Diputado, Senador o Presidente del Gobierno.

Y esto, que habitualmente se explica como una gran virtud de la democracia, también puede ser catalogado como una rémora para la sociedad. El sufragio pasivo universal fue un auténtico logro, una avance sin discusión, en una sociedad en la que amplísimas capas de la misma carecían de la más básica formación, superando el sufragio censitario en el que sólo los poderosos tenían acceso a la gestión de los asuntos públicos, promoviendo la endogamia política, pero en pleno siglo XXI no es de recibo que el conserje que le abre la puerta al Alcalde cada mañana tenga que pasar un proceso selectivo, una oposición, en la que, entre otras cuestiones, debe demostrar unos conocimientos mínimos de Derecho Constitucional, de Derecho Administrativo y de Procedimiento Administrativo, mientras que el Alcalde al que franquea el paso lo es sin necesidad de haber demostrado ningún conocimiento apropiado para el cargo, ninguna experiencia previa, nada, tan solo haber sido colocado en el lugar adecuado de una lista electoral.

Si unimos lo anterior al hecho de que las listas electorales son cerradas y bloqueadas (salvo en el caso del Senado), ello explica en parte la manifiesta incapacidad de algunos de los cargos políticos que nos representan y gestionan.

Vivimos en el año 2016, en Europa. El nivel de vida, en líneas generales, es bastante aceptable, cualquier persona de cualquier clase social (con excepciones sobre las que habrá que actuar para corregirlas), puede acceder a cualquier nivel de estudios y formación, sólo hacen falta interés, ganas, tesón y esfuerzo. Por lo tanto, del mismo modo que para servir los asuntos públicos como funcionario, se exigen, en función del puesto al que se opta, una titulación mínima para poder acceder a la oposición y, después, demostrar unos conocimientos mínimos y en competición con otras muchas personas, del mismo modo,digo, quiénes opten a ocupar puestos de carácter político, representando a la sociedad o gestionando asuntos públicos desde puestos políticos, deberían demostrar unos conocimientos mínimos que, aunque no puedan garantizar que la gestión y la toma de decisiones puedan absolutamente correctas, sí que al menos podrían evitar que personas cuyos únicos méritos son ser lo suficientemente "pelotas" como para que el órgano correspondiente de su partido les coloque en un lugar privilegiado de las listas, accedan a gestionar asuntos de tanta trascendencia.

Sé que este es un tema muy controvertido, que muchas personas no estarán de acuerdo con lo que planteo pero, sinceramente pienso que cualquier no puede ser candidato a ciertos cargos, cualquiera no está capacitado para ser Alcalde, Consejero, Ministro, Presidente del Gobierno o Diputado.

El político no puede ser un político profesional, sino un profesional que quiera dedicarse por un tiempo a la política. El candidato debe de ser además alguien elegido de verdad por los ciudadanos y no una persona elegida por la dirección de su partido para formar parte de una lista en la que los electores solo podemos elegirla en su conjunto o no, sin alterarla, sin modificarla, sin excluir o incluir a nadie.

Creo que una combinación de exigencia mínima de conocimientos y experiencia previa, junto con listas abiertas y desbloqueadas daría oxigeno a un sistema electoral y a una democracia que no están en manos de los ciudadanos, sino en manos de los cuadros directivos de los partidos.

Si no puedo elegir a quién voto, realmente no puedo elegir. Y si los candidatos no pueden acreditar unos conocimientos, una formación, una experiencia que les capacite, al menos mínimamente para gestionar lo público, lo que es de todos, para tomar decisiones que afectarán a la vida de millones de personas, entonces no nos estamos asegurando de ser gobernados por los mejores sino, en muchos casos, por los más trepa de cada partido.


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